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LA DUALIDAD DEL MONSTRUO

  • JORGE VÁZQUEZ ÁNGELES
  • 8 may 2017
  • 1 Min. de lectura


El lobby del hotel Marriot Courtyard, en la ciudad de Léon, Guanajuato, es un espacio amplio a doble altura, iluminado por una larga cristalera que da a una terraza donde el sol cae con intensidad. Son casi la una de la tarde del domingo 30 de abril, día del niño, y parece como si el hotel estuviera vacío. En un momento dado, descubro que Liliana Blum (Durango, 1974) me espera frente a la recepción, en el extremo opuesto del lobby, sentada en un sillón redondo, al tiempo que teclea un mensaje donde me dice que ya está abajo.


La desventaja de tener de frente decenas de sillones vacíos es que resulta difícil elegir dónde sentarse. Una vez acomodados inicia la charla sobre El monstruo pentápodo:


Cuando venía hacia León, la camioneta se detuvo en un paradero, antes de San Juan del Río. Al bajar, unos juegos infantiles, vacíos en ese momento, me hicieron pensar en tu novela y en Raymundo Betancourt. Para bien o para mal, El monstruo pentápodo nos hace ver de otra forma los espacios donde juegan los niños. ¿Tú manera de ver esos lugares también cambió?



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