Entrevista a Lionel Shriver “Soy una defensora del derecho de ofender”
- Liliana Blum
- 9 dic 2017
- 3 Min. de lectura

Conversé con Lionel Shriver (Carolina del Norte, 1957) durante el Hay Festival en Querétaro, en septiembre de este año. La espero en el hotel mientras termina una entrevista para la televisión. Lleva el cabello rubio atado en una coleta, el rostro limpio y una voz profunda. Lionel Shriver aparenta ser diez años menor. Es autora de catorce libros, de los cuales Anagrama ha publicado en español Tenemos que hablar de Kevin (2007) –el bestseller por el que obtuvo el prestigioso Orange Prize for Fiction en 2005–, El mundo después del cumpleaños (2009), Todo esto para qué (2012) –finalista del National Book Award en 2010–, Big brother(2014) y, este año, Los Mandible. Una familia: 2029-2047, una saga familiar en la que narra un apocalipsis económico.
En una de sus primeras novelas, Game control (1994), el protagonista, Calvin Piper, preocupado por la sobrepoblación humana, está decidido a aplicar una solución similar a la que se usa para controlar la población de elefantes –matar a cierta cantidad para que no se reproduzcan y acaben con la vegetación de su entorno que terminaría por condenar a toda la manada–. Al final no lleva a cabo su plan. ¿Por qué escribir alrededor de esta idea? Fue una decisión que tuvo que ver con el tipo de libro que quería escribir, un libro que abordara la sobrepoblación, la demografía y las relaciones entre los millones de seres humanos que se aglomeran en el planeta. La raza humana no es una familia feliz: hay competencia excesiva y nos reunimos en pequeños grupos que invariablemente excluyen a otros. Prometemos ser solidarios con los miembros del grupo, pero a menudo odiamos al resto. Como escritora me interesaba el vertiginoso crecimiento de la población, que es potencialmente destructivo. Literariamente es fascinante, porque es un peligro que canaliza nuestra misantropía natural. Es paradójico que Calvin Piper, a quien no le gusta la gente, trate de salvar a la humanidad matando a personas. En algunas cosas Calvin se parece mucho a mí, así que aquí paso a la primera persona: no soporto a la mayoría de la gente y las multitudes me parecen intolerables. No soy la única persona con ese tipo de sentimientos y es por eso que la premisa se puede traducir a una novela con carácter universal. Si fuera la única loca que se sintiera así no vendería ni un solo libro.
La razón por la que Calvin no lleva a cabo su plan es que de haberlo ejecutado, habría tenido una masacre en mis manos y se habría ocultado el contenido intelectual de la novela. Se habría convertido más bien en un thriller o, peor, en un libro de catástrofes. No hay forma de meter el asesinato de millones de personas en un libro y abrir la posibilidad al lector de que podría ser una solución positiva para la humanidad. Además, como dice Calvin, la cantidad de cadáveres es un gran problema práctico. Lo que más me interesaba era la tensión entre la idea aparentemente noble de salvar a la humanidad y el método de aniquilar a millones de personas.
Así que en el libro dejé el plan a nivel de fantasía. La mayoría de los misántropos no tenemos el estómago tan fuerte como para poner nuestro disgusto por la especie humana en acción. Por fortuna.
The female of the species (1987) y Game control se ubican en Kenia. ¿Es un escenario proclive a la literatura? Kenia fue el primer lugar que me pareció profundamente distinto a todo lo que conocía. Mi padre fue a dar un seminario en Limuru, en las afueras de Nairobi. Aunque solo eran seis semanas, decidió llevar a toda la familia. Yo tenía dieciséis años y quedé impresionada. Un año antes habíamos ido a Escandinavia y fue desalentador descubrir que todo era demasiado parecido a mi Estados Unidos. Quería experimentar algo diferente. Kenia fue la respuesta a mi deseo y sospecho que por eso mis libros han regresado a ahí. En esas seis semanas visitamos iglesias por el país. Mi padre enseñaba en distintas escuelas, pero también era un ministro presbiteriano, una persona muy religiosa. Como consecuencia, yo crecí en un hogar muy rígido; abierto –porque no usábamos papalinas en la cabeza como los Amish–, pero con una vida religiosa intensa. Leer más aquí...
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